El Reino del Polvo parte II

 


 

 

Seguimos con la lectura del libro del Sensei Piotr Masztalerz. Cada pasaje es una gran experiencia vivida por este Sensei. Espero que os esté gustando:  

 

 Cada Dojo es un hormiguero diferente con roles sociales
estrictamente definidos. Hay un instructor, hay un macho alfa,
algunos aspirantes, algunos buenos, algunos escaladores sociales.
El Dojo a veces también genera un payaso, al más lindo y algunos
amigos. Un poco como un salón de secundaria. Sólo a través de
semanarios o grandes campamentos de verano se reúnen sobre
doscientas personas de veinte Dojos diferentes. Todos los roles
sociales caen como máscaras. Todas las personas aceptan ser
reconocidos por otros, perdiendo sus poderes de invisibilidad. Las
posiciones construidas a través de los años se borran. Todo el
mundo luce igual y un principiante puede bloquear una técnica de
un maestro avanzado con barriga cervecera. En algún lugar, bajo la
superficie del aprendizaje de las técnicas, se genera una súbita
prueba de establecer rápidamente una nueva jerarquía

 

 Sensei Chiba era consciente de esto, y tengo la impresión de que su
presencia era capaz de limitar este estúpido comportamiento. Así
es como funciona la naturaleza humana. Por supuesto, siempre
ocurren situaciones similares, pero en comparación con los
seminarios masivos de participantes anónimos, tuvimos mucho
menos de eso.


Cada uno ve lo que quiere ver a través del filtro de su propia
experiencia. Nuestra relación con Chiba fue especial y primordial, y
era lo más importante para nosotros en ese momento. Como en
Maslov45, la necesidad básica es salvar tú propio trasero. Era
primitivo y a la vez adictivo. Llamé a esto la olla a presión, como el
lugar más peligroso en las gradas del estadio. Justo al lado del
Kamiza46, cerca del profesor hay mucho espacio. Los principiantes
se esconden tímidamente en los rincones, los viejos maestros o los
perezosos también corren desde ahí. Es un lugar para alimentar tú
ego y poner en riesgo tú salud. Aquí es donde se sienta el maestro y
donde descienden los leoncillos. El antiguo y actual uchideshi, el
joven y el talentoso, uke a tiempo completo. Todos ellos colindan
aquí y comienzan a hervir. Me encanta este lugar.

 


  Entre las docenas de maestros que estaban activos en esa época
y habían aprendido de Ueshiba, Sensei Chiba ocupaba un puesto
especial. Pudo unir su pasado, el tiempo que paso como uchideshi
con el mismísimo fundador, con su duro carácter y su devoción
única y mortalmente seria por la esencia de este arte. En un mundo
sin rivalidades, sin antagonistas, creció para convertirse en Darth
Vader y su Dojo era la Estrella de la Muerte. Los relatos de su
brutalidad e imprevisibilidad lo precedieron, había oído hablar de
esto a muchas personas que nunca lo conocieron. Crecí
escuchándolos y le temía antes de conocerlo.
Aikido, en su forma más pura, cumple los sueños del arte marcial
sin violencia innecesaria, que puede ser practicada por cualquiera

 

 Obviamente, lo que muchos pensaban acerca de la brutalidad y la
violencia eran una absoluta tontería. Fue una mezcla de carácter
difícil y una formación psicológica de la propia imagen. Un poco
como el jefe de la familia mafiosa, estaba construyendo su
reputación y su escuela

 

 “Lo pequeño es hermoso”, solía decir. No pudo construir una gran
organización porque tenía que supervisar todo. Esta ruptura entre
la ambición de crear un imperio y destruir todo lo que no estaba
controlado definió su comportamiento. Por un lado, quería ser uno
de los maestros más destacados y populares; grande, famoso, en el
centro de la atención. Por el otro lado, sabía que únicamente un
grupo pequeño y controlado puede trabajar en el nivel que
garantice el progreso coherente con su definición. Al final, se
quedó atrapado en algún punto intermedio.
El Aikido es un mundo de soñadores aficionados. No es un deporte
con una estructura establecida que pueda verificarse mediante
competición y evaluarse mediante una puntuación. Tampoco es un
culto o una familia mafiosa; en la mayoría de los casos uno está
siguiendo un pasatiempo o un sueño en su tiempo libre.
Tanto como quieras y cuando quieras. El lenguaje a través del cual
transmitimos el mensaje necesita adaptarse al grupo objetivo; así
es como se construye un imperio; en un mensaje simple, en un
trasfondo, y sobre todo, una segura y anónima ambigüedad. 

 

Durante años lo vimos luchar en su batalla contra el mundo del
Aikido. Lo vimos cuando comprendió que la Guerra solo tenía
lugar en su cabeza. Cuando entendió que no hay enemigo, no hay
ejércitos y nadie quería morir. Quizás esto es lo que explica su
lenguaje. La forma en que quería liderar su grupo. Era una mezcla
de un jefe mafioso autoritario, un padre que criaba a sus hijos y un
sacerdote. Sus palabras estaban saciadas de mesianismo y
responsabilidad de mostrar un verdadero mensaje de O’Sensei a la
siguiente generación.

 


El 95% de los instructores son aficionados que trabajan a tiempo
completo en otras profesiones. Dos o tres veces a la semana se
ponen el keikogi, Hakama y suben al tatami. Hice esto durante
años, pero en el fondo de mi cabeza siempre tuve el pensamiento
de que era una fantasía. Si las artes marciales son una disciplina a
la que debes sacrificar tú vida, ¿Cómo puedo enseñar si no lo he
hecho? ¿Si, en realidad paso más tiempo en el retrete que en el
tatami enseñando a otros; todo esto sin mencionar lo
correspondiente a mi propia práctica?
Un hombre en una máquina corporativa es una cigüeña para una
persona y una rana para otras. Aparte de esto está la diaria y sin
sentido caza detrás del dinero. En Aikido él puede encontrar un
refugio. El Dojo y el tatami se convierten en un escape de la
monotonía, del trabajo duro, del papeleo interminable, la charla
con los clientes. Se convierte en un santuario, un lugar en el que
interrumpes el día a día y haces algo especial que es sólo para ti.
Adicionalmente, el instructor, a menudo parte del engranaje de
una máquina corporativa, agotado por la cotidianeidad y el estrés
del hogar y/o el trabajo, encuentra un lugar donde es medio dios.
Por unas pocas horas a la semana las personas lo escuchan, nadie
se ríe de él, nadie lo reprende o discute con él, nadie lo va a
corregir. El Dojo, un pequeño microcosmos le financia una terapia
diaria. Si agregamos aquí una aparente supremacía física,
tendremos una imagen completa del juego con el papel del
maestro. Evidentemente, ser profesional no significa ser un mejor
instructor. Conozco a muchos aficionados que son mejores que un
profesional cansado y aburrido de su trabajo. 

 

¿Tal vez, durante cincuenta años, creció dentro de él? ¿Cuándo
sucedió esto? Después de todo, dejó Japón cuando tenía 26 años.
Navegó en un barco a través del océano durante largas semanas,
hasta la costa de Inglaterra. ¿Este chico ya era un maestro que todo
lo sabe? Es un pensamiento estúpido. Era un niño con algún
conocimiento crudo, que no estaba familiarizado con el idioma, sin
dinero, probablemente siempre hambriento y asustado. Un mundo
extraño y extranjero, una religión y una cultura diferentes. Nos dijo
que no podía soportar el clima y la comida demasiado cocinada.
Extrañaba el pescado fresco y odiaba las charlas inglesas sobre
nada. ¿Era este chico, perdido en el cosmos, pero con la misión de

popularizar un arte que amaba como a una mujer, ya un maestro
entonces?

Una vez, los dos estábamos sentados en un pequeño café frente a
un Dojo en Adams Avenue 50. Después de medio año de entrenar
cinco, seis horas diarias, quería darle las gracias. Le pedí cinco
minutos y me invitó a tomar un café. Eso en sí mismo fue una gran
broma. Como uchideshi durante seis meses tuve una prohibición
completa de beber café. Ahora, al final del entrenamiento Chiba me
invitó a una cafetería y, mirándome directamente a los ojos, pidió
un espresso doble. Tomé una especie de té de hierbas picante, que
me dio diarrea por todo el día. En este tiempo, ya había dirigido un
Dojo en Polonia que entrenó a cien personas, y había otros cien en
el grupo de niños. No estaba listo, quería más. Por primera vez en
mi vida sentí que estaba bebiendo de la fuente correcta. Necesitaba
más y más. No quería volver, no quería engañar a la gente que veía
a un maestro en mí. Se lo dije.
"Nunca estarás listo." Me miró seriamente. “Cuando salí de Japón,
tenía 26 años. ¿Crees que sabía mucho? Todo lo que sé ahora lo
aprendí mucho más tarde”.

 


 

"Tienes que decidir si quieres ser sargento o general". Me lo dijo
una vez después de un entrenamiento pesado donde había estado
luchando por la vida. "¿Cuánto tiempo vas a fingir que eres un
adolescente?", Continuó.
Sabía lo que quería, pero dentro de mí todo se estaba rebelando
contra él. Quería hacerme un líder, un instructor. Un director de
una orquesta. Sin embargo, no estaba listo para eso. ¿Quizás nunca
lo quise? Cada uno de nosotros tiene su objetivo, su propia razón
para ir al tatami. Cada uno de nosotros lucha con su propia
suciedad, cada uno es diferente.
Conocía a gente que sólo estaba interesada en abrir las puertas a su
demonio interior. Tenían el potencial de ser mucho mejores
técnicamente. Sin embargo, para eso tendrían que construir una
jaula a partir de la técnica y, al menos por un momento, domar su
agresión y otras emociones, y esta no es la razón por la que estaban allí




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