Un Hombre que no era de Acero

 

 

 

"Eres mucho más fuerte de lo que crees que eres"

 

Kal-El, hijo de Jonathan y Martha 

 

Llegaba la Navidad a la pequeña ciudad situada junto a las costas del mar. Por norma general el clima suave del invierno imposibilitaba que pudiera nevar, aún así la humedad hacía que el frío se te metiera en los huesos y tu sensación de frío fuera mayor de la debida. Los habitantes de la ciudad vivían sus vidas acostumbrados a las peculiaridades de su clima y al hecho que en la ciudad apenas ocurrían hechos interesantes, lo que provocaba un eterno reproche de muchos de sus ciudadanos acerca de que "aquí no se podía hacer nada, no hay nada interesante". 

 

El Hombre había llegado a la Ciudad siendo un niño, después de haber vivido sus primeros cinco años de vida fuera de ella. Al llegar supo que había nacido en la Ciudad pero que al poco de nacer se marchó con su familia a la capital del reino primero y después al extranjero. Sus padres habían viajado buscando fortuna y una vez obtenida decidieron volver a la pequeña ciudad. Lo lógico, lo normal es que el niño se hubiera convertido en uno de esos habitantes que soñaba con volar lejos de la ciudad pero por alguna extraña razón siempre se sintió fuertemente conectado a la ciudad y a los infinitos huertos de naranjos que la rodeaban. Sus recuerdos de niño están llenos de viajes en autobús hacia el colegio circulando entre los huertos de naranjos. En el patio del colegio muchos días observaba el paisaje que rodeaba al colegio situado en la montaña cercana a la ciudad, un paisaje donde la ciudad aparecía rodeada de un verde eterno y al fondo, en el horizonte el mar se juntaba con las nubes del cielo. Este espectáculo que se repite a día de hoy casi todos los días en la ciudad enamoró a ese pequeño niño haciéndole sentir que tras cinco años yendo de aquí para allá, por fin había encontrado un lugar al que podía llamar hogar.

 

 

 

 

El niño creció feliz hasta convertirse en un adolescente, un adolescente lleno de sueños, sueños acerca de los héroes y heroínas que leía en los tebeos que compraba y que veía en las películas de acción que tanto le gustaban. Un día tras armarse de valor decidió apuntarse a un gimnasio para aprender a luchar del mismo modo que hacían sus héroes y heroínas. La fortuna llamó a su puerta y desde el primer día conoció a un verdadero Maestro del arte de la lucha. Cuando llegó a la clase del Maestro era el más pequeño de todos, los hombres y mujeres que allí entrenaban le sacaban como mínimo cinco años. El chico no desistió y poco a poco fue convirtiéndose en un alumno más de la clase. 


El tiempo pareció volar durante una década maravillosa, donde aparte de hacer grandes amigos dentro y fuera del entrenamiento, disfrutó de viajar por el reino aprendiendo a luchar con otros Maestros. Alguno de sus amigos le acompañaron en el entrenamiento y en sus viajes y todo en esa época parecía estar lleno de un fulgor y brillo que a día de hoy parecían quemar los ojos. Pero esa época terminó, y muchos de los amigos del chico que ya se había convertido en un Hombre abandonaron la Ciudad en busca de sus sueños. El Hombre prosiguió con su entrenamiento pero desafortunadamente lejos de su Maestro. Las obligaciones propias de la edad adulta y un deseo de emular a su Maestro le llevaron a tomar la decisión de intentar ser él mismo un Maestro.



 

Fue una época de confusión, fue una época donde muchas veces se sintió perdido, donde muchas veces se sintió abrumado por la dedicación que requería ser un Maestro. Una sensación de desazón le acompañó todo ese tiempo ya que lo que más echaba de menos era asistir a las clases de lucha con su Maestro, aquel que le había acogido cuando tan sólo era un adolescente con sueños de emular a sus héroes en la cabeza. 

 

En algún momento el Hombre creyó que podía llegar a ser igual que aquellos Maestros que había conocido, pero el Tiempo y la Vida le pusieron en su sitio, le mostraron que estaba persiguiendo un espejismo, que si era honesto con él mismo, carecía de la dedicación y determinación necesarias para ser un Maestro. Había pasado una década jugando a ser alguien que no era, pero una terrible plaga asoló el reino y las actividades en la ciudad se redujeron al mínimo. Al finalizar la plaga la vida en la ciudad había cambiado y el Hombre se encontró sin lugar y sin alumnos donde poder seguir entrenando el arte de la Lucha.


Pero una Esperanza surgió en medio de la desesperación y su antiguo Maestro le ofreció poder seguir entrenando en la Escuela donde había empezado hace ya tantos años. El Hombre que creía ser fuerte, que creía ser de Acero, agradeció el ofrecimiento y de camino a casa lloró agradecido por la oportunidad de seguir entrenando y aprendiendo. 


Ahora en esta Navidad, sentado junto a la ventana de su habitación, escribe un pequeño cuento donde echa la vista atrás a su vida en la ciudad a la que llegó con cinco años de edad. Piensa en el pasado, piensa en sus amigos, piensa en las experiencias vividas, piensa en los años entrenando y tan sólo puede esbozar una sonrisa en señal de agradecimiento.

 

 

 

 

Cuando eres pequeño el tiempo parece pasar lentamente, si alguien te promete algo esperas eternamente, nunca pierdes la fé, a medida que crecemos el tiempo parece acelerarse y esa fé, esa espera eterna se pierde en algún lugar del Camino, pero eso no significa que no puedas volver a recuperarla, a veces tan sólo necesitas que alguien te eche una mano y luego, poco a poco, las cosas vuelven a estar llenas de esa magia que te rodeaba en tu niñez.

 

 

Un fuerte abrazo!!

Feliz Navidad!!

 


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